domingo, 29 de septiembre de 2013

5. La edad.

El otro día trataba de acordarme de cuándo empezó a importarme la edad. Cada vez se me hace incómodo ir a fiestas donde la pregunta "shistosa" es quién es el más viejo en el lugar. Y resulta que casi siempre lo soy. Debería reirme de la cara de pánico de la gente cuándo digo que soy yo y comienzan a dar(me) explicaciones o a decir(me) que me veo más joven. 

La primera vez que sentí mi edad fue cuando le pregunté a L. por la suya. Me dijo 30. Me asusté, y le declaré que tenía 32 (!!!!!). Me sentí taaaaan cabra chica... así como cuando una preguntaba ¿De que signo eres? (12 años). Y por supuesto que se dio cuenta y me dijo ¿qué te pasa bella? Y yo derretida... me puse hablar un montón; creo que resumí mi vida en 10 minutos y él me miraba... Cuando terminé de hablar me dijo: lo importante es que te des cuenta que uno siempre prefiere estar con una mujer, no te olvides de eso... 

Creo que ha pasado muy rápido el tiempo desde que comencé a sentirme así. No sé si necesito darle muchas vueltas a las cosas, pero está claro que desde hace un tiempo no dejamos de hablar del tema. Son los cambios, las idas y las vueltas; las resistencias. Es bien raro darse cuenta que el tema de la edad y la sensación de sentirse mujer pueden asumirse pasados los 30...

Todavía no me encaja el tema de empezar a sentirme señora. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

4. La mirada positiva.

Una muy querida profesora le dijo a mi amiga que los mejores años son los treintaytantos. No sé si son son los MEJORES, considerando que cada decenio tiene lo suyo pero creo que entiendo a qué quiso referirse. 
En el mejor de los casos uno es más dueña de si misma. Con más madurez y criterio, a costa de haber adquirido alguna experiencia, con más conocimiento del ser y del no ser. Con más claridad de lo que uno quiere y de lo que no quiere, de lo que le gusta y lo que no. Por qué no decirlo, con poder adquisitivo (no sólo en el sentido financiero) y con mayor comprensión para administrarlo o despilfarrarlo (tampoco solo en el sentido financiero). A los treintaytantos uno puede decir que ha pasado agua bajo el puente. Uno es menos ingenua y a la vez está más asumida. Uno otorga más valor a las que antes parecían sólo pequeñas cosas. 
Lo que en lo personal me gusta de mis treintaytantos es que corresponden a un período en el al fin he tomado decisiones, de las que son importantes y trascendentes, como construir pareja y armar casa, trabajar menos y descansar más, emprender, dar calidad a mi red por sobre una vacía expansión, y creo que la más importante, volver a mí. 


viernes, 27 de septiembre de 2013

3. Soy crocante?

El otro día una amiga bien mayor posteó en facebook estos típicos statements con foto graciosa incluida que decía que en resumen, frente al hecho evidente de que el cuerpo entero suena con el paso de los años, se puede llegar a la siguiente conclusión: "no estoy vieja, estoy crocante".
Me dio risa. Me la imaginé crocante. Acto seguido me paré y me acordé que también a mi me suenan las rodillas. Y después moví la cabeza y el cuello también sonó. Uy.
Ya, uno puede y debe aceptar algunos cambios que se van produciendo con la vida, el ajetreo, los años, el carrete... pero de ahí a dejarse tirada es otra cosa.
Recuerdo inevitablemente que cuando estuve en Melbourne un personal trainer me hizo una evaluación y me dijo que mi cuerpo estaba en la condición de una mujer 10 años mayor. En ese momento estaba ingresando a un gimnasio, en el que tras 1 mes y medio pude ver grandes cambios... pero no po, no soy de gimnasio, me da paja.
Entonces veo que me queda asumir una postura intermedia, entre la de aceptación de lo que es inevitable y la del esfuerzo para modificar lo modificable. Me teñí las canas, dejé el azúcar, camino un poco más, tomo vino en vez de destilados... manejo lo que puedo para sentir que algo hago, sin ponerme fanática.
Asumo que bajando unos kilitos las rodillas sonarán menos, porque esa es una "crocancia" que no debería aún validar. 

martes, 24 de septiembre de 2013

2. La camiona.

Siguiendo con la reflexión...

La conciencia del tema señorial se remonta a mi adolescencia... Tenía alrededor de 16 años y mi tío Moncho hizo la distinción entre mis amigas, mencionando que una de ellas era "la camiona". 

En ese momento, yo me preguntaba solamente qué quiere decir mi tío con ese apelativo (me dijo que era como una señora joven). Hoy, a mis 39 años a cuestas, entiendo que la camiona era una compañera que -a los ojos de un adulto- tenía ya cuerpo y actitud de mujer.

De frente, más segura, menos centrada en el romanticismo de las relaciones y más (auto)consciente de su ser... Mi amiga era muy reflexiva y cuestionadora. Una mujer que no respondía al estereotipo ligth de Bananarama, Madonna, Tiffany, o la Debbie Gibson, etc. Y no tiene que ver sólo con el peso , aunque también lo es; la actitud, las rectas y curvas son distintas a las de las de estas sílfides "de aire". 

Hoy, me siento en parte una camiona... me cuesta verme así -me miro al espejo y no me reconozco tan fácilmente- ¿será que me estoy sintiendo señora?

1. Cuando todo comenzó.

Tengo un poco perdido el momento en que todo esto comenzó. Tal vez fue en un lejano Iquique, cuando el parejo de una ex cuñada (muy "ubicado", por lo demás) me comentó de lo más relajado: "- Flaca, como que se te cayó el poto". Yo tenía apenas 22 o 23. 
Tal vez fue años más tarde, cuando el esposo de una de mis mejores amigas me hizo notar que ya no le calzaba mi tradicional apodo con lo que era entonces mi imagen corporal... y por lo tanto, decidió -obviamente de manera unilateral- que pasaría a llamarme "Ex-Flaca". Tendría yo alrededor de 30.
Entre los 35 y 36 estuve viviendo unos meses fuera de Chile, período en que dejé de trabajar. Tenía  bastante tiempo libre, aunque también bastantes ansiedades, tal vez originadas por lo mismo. El espejo emergió como un elemento importante aunque no central en mis tiempos ociosos y a la vez se convirtió en un pequeño e insidioso delator de algunos cambios que estaban sucediendo sin que yo me diera mucho cuenta. Fue así que descubrí un poco consternada mis primeras canas y lo que la gente llama "líneas de expresión", que siendo honesta no son más ni menos que derechas arrugas reflejo del vencimiento de la piel y demás.
En estos días me han fotografiado en eventos sociales diversos. Dada la inmediatez del contexto digital, cada vez que lo han hecho he podido ver mi imagen al momento y sentir que no me gusta lo que veo. Se ha venido una retoma y la conclusión ha sido la misma, que no me gusta lo que veo. Pasa que una parte de mí se desconoce, se ha producido un desencuentro entre cómo me pienso y lo que soy. 
En este contexto, ayer estaba en el ascensor y cometí un error garrafal (en serio, no lo hagan, y si lo hacen, aténganse a las consecuencias). Me pregunté ingenuamente qué sería de  la parte posterior de mi cuerpo, que la verdad, nunca miro con detención. Procedí con la cámara de mi súper moderno iphone a fotografiarme con la ayuda del espejo correspondiente y me encontré con aquello que en realidad estaba evitando: con el cuerpo de una mujer de 38 años, más bien rellena, más bien cuadrada, más bien chilena-tradicional, es decir, con el incipiente cuerpo de mi madre.
Fue este fulminante encuentro con la realidad, el que me llevó a proponer armar este blog. Necesito un espacio para dar cuenta del hecho de que está apareciendo ante mis ojos una señora que en principio me da la sensación de que no la conozco y que finalmente parece ser que soy yo.